De qué va este portal

DE QUÉ VA ESTE PORTAL
Va de narrativa webever, sí.
Aunque, por lo pronto,
narrativa escrita
por el personaje principal
(narrador protagonista),
que aún no se asoma en estos textos.
De allí, aquello de "Relatos
del fugitivo".

sábado, 25 de octubre de 2014

Relatos del fugitivo: SIMULACRO





Las balas surcan el aire dibujando silbidos azules. Se incrustan contra el espejo en una coquetería de alto calibre. Transcurren segundos de un silencio oscuro, casi líquido, que se desparrama sobre nosotros. Otra ráfaga hiere la pared anexa, picándola de viruela. Es la nueva cotidianidad a la que estamos acostumbrándonos desde que nos mudamos. Y no es que vivamos en un mal sitio. En este mismo instante, algo similar acontece en urbanizaciones residenciales, barrios que crecen adheridos al precipicio y hasta en el mismo centro financiero. Reinicio sin entusiasmo el coitus interruptus con Lucía. Eyaculación forzada mía, anorgasmia de ella y el sueño que nos satisface a ambos, anestesiándonos.



Afuera, apenas el sol se enciende, millones de pisadas se repiten. Rostros cabizbajos las persiguen. Me apresuro a cerrar herméticamente las cortinas para volver a la tibieza uterina de mi cama. En ella soy el señor feudal. Rey de la selva. Cama-león camaleónico que sueña, acariciando mis fetiches. Pero pronto el insomnio nos reclama.



Salimos lo indispensable. Por los periódicos y café espresso. Comida y cigarrillos. Para eso nos vinimos de Puerto Ordaz, Mérida, Boconó, Cumaná, San Felipe, Anaco, Barquisimeto, San Carlos, Coro, Valencia, Calabozo, San Cristóbal. Para sumergirnos en el anonimato urbano. Acercándonos cada vez más al “asfalto—infierno” que refería David Alizo. Jamás nos leímos el libro, pero el título nos mataba. Tanto así que esa novela es una de las pocas cosas que nos acompaña en todas las mudanzas. Suerte de no sé qué talismán en nuestras evasiones.



El dinero no es problema. Es el motivo. Lo cargamos en efectivo. Atesorado en mil resquicios del equipaje. Cosido en múltiples forros de la ropa. Adherido a nuestros cuerpos. Gastándolo de a poquito. En discretas cantidades. Siempre en sitios diferentes. Procuramos no repetir lugares ni establecer hábitos. Se busca a una pareja, así que no salimos juntos. Caminamos, si acaso, por aceras opuestas. Manteniendo el contacto visual. Temiendo la aparición del vistoso pañuelo amarillo que guardamos en el bolsillo para alertar catástrofes inminentes. La clandestinidad requiere disciplina. El anonimato demanda extremar la cautela. Seguimos rutas diferentes. Nada de cuentas bancarias u operaciones que nos delaten. No usamos móviles ni artefactos que dejen huella. Yo me afeité la barba y me compré varios pares de anteojos: redondos, cuadrados, de sol, con monturas metálicas o plásticas que me enmascaran. A veces me dejo el bigote y uso gorras deportivas. Lucía se cortó su melena deslumbrante, cambio el turquesa de sus ojos con lentes de contacto, apagó el brillo dorado de su cabello, estropeó su figura con un mal distribuido sobrepeso.



Borramos cualquier característica que nos identifique. Adoptamos acentos y tonos de voz neutros. Jugamos al camuflaje con el entorno, al mimetismo que le ha salvado la vida a tantos insectos, peces y reptiles. Recorremos, en nuestra huída, la escala evolutiva. Lo que más nos ha costado es renunciar a nuestros nombres. Enterrarlos en el olvido y no responder a ellos. Escucharlos nos sobresalta de manera imperceptible. Hoy somos Pedro y Emilia. Mañana, Ana y José. Con los apellidos que más abundan en la guía telefónica.



Usamos una secuencia de palabras y gestos-clave para comunicarnos movimientos raros o presencias inusuales. Estamos atentos a los ritmos y a las rutinas. Manejamos mapas e itinerarios detallados. Habitamos pisos altos, con vista, en edificaciones con variadas vías de acceso. Disponemos de sitios de encuentro públicos, masivos, para emprender nuevas fugas en caso de urgencia.



 Sufrimos pesadillas recurrentes donde nos atrapan con eficiencia. Suscribimos un pacto de no hablar al respecto. La pregunta es cuánto resistiremos. El desgaste es inminente. Nuestros perseguidores, de tan cercanos, son implacables. Nos siguen el rastro. Casi nos huelen. La ambición y el hastío nos llevaron a hacerlo. Fue demasiado fácil. Y con el feriado largo de por medio. Abandonamos todo y a todos. Total, nos teníamos a nosotros y nada que perder, decíamos. Salimos corriendo. Con el mínimo equipaje. Disfrazados de turistas playeros. Con la cava refrigerando el dinero.



Cientos de millones en billetes grandes, verdes, nuevos. Al principio era divertido. Nos sentíamos personajes de película. Justicieros heroicos. Ese tesoro ilegítimo tampoco era de ellos.



No debemos quedarnos quietos. Intentaremos próximamente ciudades-dormitorio. San Antonio de los Altos, Charallave, Guarenas. Viviendo este simulacro plagado de incertidumbre que nos evita, ciertamente, la maldición bíblica del trabajo cotidiano. Ya no podemos disfrutar la playa que frecuentábamos ni ejercer nuestra afición fotográfica. Nos curamos de espantos al quemar miles de negativos, contactos y ampliaciones que eternizaban nuestra imagen. Ahora leemos como náufragos novelas que vamos comprando en librerías a las que nunca volvemos. Textos que vamos desechando para no acumular equipaje.



Aprendes a no atesorar nada. Apenas el efectivo, tú única arma, que te permite acceder a salvoconductos otrora impensables. Es una existencia de negaciones. De renuncias. Un trueque de prioridades. Prioridad es la vida, la salud, la integridad física, dicen en voz alta, tratando de convencerse uno más 1. Porque ahora más que nunca son 2. Dos que cuentan el uno con el otro. El otro que es la única referencia de uno. Las matemáticas de la evasión sostienen que 4 ojos ven más que 2 y 2 miedos mueven más que 1. Y se pertenecen el uno al otro y los dos al dinero que trasladan. Tú eres mi creador, pero yo soy tu amo, escribió Mary Shelley, refiriéndose al monstruo que creó al monstruo.  En este caso, el botín es prisión domiciliaria o exilio voluntario que se carga a cuestas.



Desarrollamos nuevos hobbies que abandonamos en cada traslado. Dejamos de fumar y comenzamos de nuevo, alternando las marcas de nuestros cigarrillos. El sexo tiene sus altibajos. Ayudados por los continuos cambios de aspecto y nombre, descubrimos en nuestra(s) cama(s) un montón de amantes que exploramos, sometemos y conquistamos cuales Rodrigos de Triana o almirantes encoñados con emperatrices. Tierra, gritamos a dúo, en cada nuevo arribo.



Jugamos a ser visitantes de incógnito. Miembros de la rancia alcurnia que se oculta de los paparazzi. Así matamos el tiempo, recreando realidades virtuales, adyacentes, superpuestas, que nos ayudan a escamotear la nuestra.



No nos atrevemos a cruzar ninguna frontera. Sólo proponerlo y la paranoia nos domina. Sustituimos la cafeína por ansiolíticos. 2 mg. 5 mg. Los momentos de placer son esporádicos. La tranquilidad no existe. El pánico flashea. El miedo se ha vuelto camarada. Empapamos el insomnio en alcohol hasta invernar en un estado de coma etílico o duermevela.



Hoy la invisibilidad nos habita. Sin recriminarnos, maldecimos en silencio habernos topado con ese dinero que en vez de liberación ha devenido en condena. Nuestra vida no resultaba tan mala. Era grata, neutra, potable. Sin peligros ni emociones. Implacablemente, había que trabajar para vivir. ¿Sería posible, como si se tratara del teclado de una computadora, activar la función “Undo”, comando “Z”, “Deshacer”?

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